Un hombre despertó
contempló a la llovizna
acariciando el hombro
de su Soledad.
Sus entrañas temblaron.
Se puso a explicar y dijo,
en voz alta, a la nada-
Perfecto.
Es un hecho y es,
igualmente, metafórico.
Mi Soledad es una llama,
la llovizna siempre me ha
sanado mis quemaduras,
me ha dado consuelo,
suavizándome extrañamente,
besándome el rostro
calmando sin apagar
esa llama misma
que me ha dado su calor
en momentos de una paz
silenciosa y profundísima,
que me ha quemado con sus
temporales enfurecidos y transitorios.
Y vivo aquí ahora,
tomando mi café,
sentado en la terraza
ubicada en la sombra
de Monte Soledad,
en La Jolla, California.
Por las tardes me siento aquí
disfrutando
el atardecer pintando
el mundo enteramente
con luces sutiles,
esperando la primera estrella,
el acercamiento
de la oscuridad y lo celestial.
Aquí, sentado solito,
soñando del escritor escribiendo,
escribiendo del soñador soñando
en los temas esenciales,
los de que La Vida es compuesta,
como canciones y poemas flotando
sobre los cañones interiores,
mares inquietos y salvajes...
Las Musas, Las Sirenas,
El Capitán, su viuda,
El Amor, La Muerte
La Soledad, La Lucha,
El Olvido...
Pues... levanto mi canto a
la Reina de Los Montes,
esperando la madrugada sempiterna.
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